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jueves, 11 de noviembre de 2010

El genio y su tragedia


A mi amigo Sarbelio,
buen amante de la ópera.


Fue uno de los grandes talentos que ha tenido la Humanidad, a nivel de Aristóteles, Velázquez, Rafael y Miguel Ángel o Shakespeare, Newton y Cervantes. Representaba en su época el triunfo del genio sobre la precocidad. Realizó creaciones hasta convertirlas en obras de una belleza arrebatadora, ganando por derecho propio un puesto destacado en el selecto panteón de los grandes personajes de la Historia. Tuvo una vida extraordinaria, plagada de encuentros memorables, de radicales giros, de logros inimitables e inconcebibles para los seres humanos de a pie.

La vida y obra del personaje en resumen, fue fascinante, sin adornos de ninguna clase. Su fama de genio nunca ha sido amenazada y ninguno de sus múltiples biógrafos ha podido negarle la grandeza y perfección de su obra. Ghete definió al genio: "como un poder productivo cuyos actos tienen consecuencias y vida eternas".

Ha sido y es considerado un prodigio de la naturaleza que legó a la humanidad una obra perfecta en general, bella y sublime.

A pesar de la suerte que le había proporcionado la Providencia, considerando los honores, gloria y fortuna recibida, la vida en ocasiones le mostraba la cara más amarga que al personaje le debía resultar incomprensible.

Padeció la muerte de cuatro de sus seis hijos. Circunstancias normales en su época pero que, como a cualquier padre, le sumieron en momentos de depresión extrema.

Vivió sus últimos años, agobiado por las dificultades económicas, sufriendo momentos de frenética búsqueda de recursos para subsistir él y su familia, a pesar de las importantes cifras que obtenía por la realización de sus incontables obras. Casi mendigando, acudía a banqueros y amigos solicitando ayuda, confesando su extrema necesidad; incluso de su protector real no tuvo el reconocimiento que su talento merecía, lamentándose "que era demasiado poco lo que recibía a cambio de lo que podía hacer". Todo ello suponiendo un duro golpe para su maltrecho amor propio

El padre del genio fue también su consejero y maestro estricto y exigente, que tuvo un peso constante e influyente en la vida de su hijo. Sintió gran admiración por la creatividad y talento de su alumno, al que había situado en la cúspide de la fama. No obstante, cuando el hijo se hizo mayor y sintió la natural necesidad de reafirmarse a sí mismo y librarse de la presión psicológica patriarcal, fue tratado con incomprensión y despego, hasta el extremo de retirarle en ocasiones su apoyo y afecto, llevado por un ánimo desmedido de controlar cualquier movimiento de su hijo, motivado, especialmente, por las preocupaciones financieras, que se convirtieron en intromisión compulsiva a medida que observaba la inevitable maduración del joven. Situaciones que martirizaron al genio hasta el final de sus días

Asimismo, no es de extrañar que a lo largo del tiempo, la ciudad que gozó de tener el mayor genio entre sus ciudadanos, ha tenido que sufrir el reproche de que su indiferencia y su insensibilidad permitieran que se hundiera en la pobreza más vergonzante, hasta el punto de ser enterrado a su muerte en una fosa común para indigentes.

También es cierto, que Wolfgang Amadeus Mozart, fallecido el 5 de Diciembre de 1791 a la edad de 35 años, no era prudente en la administración de su peculio y tenía una gran pasión por vivir rodeado de lujos, incluso cuando sus reservas de dinero pasaban por sus momentos más bajos. Como es frecuente manifestar en los tiempos actuales " vivía por encima de sus posibilidades, y gastaba más que ganaba".

Es importante destacar los elevados ingresos recibidos, que ya hubieran querido los más distinguidos habitantes de la ciudad de Viena que le había adoptado como personaje importante desde hacía una década.

Justificaba su situación, por los enormes gastos que tenía que hacer con motivo de las frecuentes estancias de su esposa en balnearios, debido a los sucesivos embarazos y diversas dolencias.

Lo cierto es que, no obstante su azarosa existencia y frecuentes tribulaciones, impuso a su música un carácter nuevo y avanzado a su tiempo, que estaría destinado a la inmortalidad. Nadie entonces podía creer, que la Providencia se hubiera llevado al otro mundo, a tan corta edad, a un hombre incomparable y de incalculable valor para la humanidad.

Todo el mundo recordaba aquel niño que a sus cinco años dio el ineludible paso de intérprete a creador de dos piezas cortas para clave, y que antes de cumplir los siete años había aprendido a tocar el violín con un dominio absoluto que le permitiría actuar en público como solista. Después trabajaría con un frenesí creativo y desbordante, componiendo a lo largo de su corta vida más de seiscientas obras, alcanzando la excelencia en todos los géneros que se proponía abordar, especialmente las sinfonías, aunque probablemente sus mayores logros fueran en la creación de operas.

Mozart finalizó su obra en este mundo con una misa de Réquiem que un desconocido mecenas le encargó, y que a muchos les ha parecido irresistible el simbolismo que encierra dicho Réquiem. Un hombre ya moribundo, que compone una misa para difuntos, invita a pensar que fue como una premonición de su cercano tránsito, dado que no llegó a terminarla. Se ha escrito, que el mismo día de la muerte del genio, éste ordenó que le llevaran las partituras a la cama, y dijo repasando a fondo una vez más la partitura, con los ojos humedecidos ¿No predije que estaba escribiendo este Eéquiem para mí?. Desde la cama dictaba, ya agotado, las últimas notas de la que fue su aventura musical más ambiciosa y, en resumen, una obra maestra.

Creo que los honores, gloria y dinero se diluyen con el paso del tiempo, pero las obras de los grandes genios permanecen para siempre.

Oscar Wilde escribió: 
"La belleza es una forma del genio; más alta, en verdad, que el genio, pues no necesita explicación. Es una de las grandes realidades del mundo, como el sol o la primavera, o el reflujo en el agua oscura de esa concha de plata que llamamos luna. No puede ser discutida; tiene su derecho divino de soberanía".


lunes, 11 de octubre de 2010

El Grito

El cuadro expresionista El Grito que pintó el noruego Eduard Munch en 1983, solo el autor podría describir el rostro angustioso de la persona que grita reflejada en su famosa obra. No se sabe si pretendía dejar constancia de la angustia personal del pintor o si también deseara esconder una crítica a la forma de organización socioeconómica de la época. En definitiva si Munch grita contra las injusticias sociales y las desigualdades económicas que se vivía en el momento y lugar en el que se pintó el cuadro.

Los tiempos actuales apuntan a situaciones similares a las que parece ser vivió el referido genio.

Ayer nos despertamos, un día más, como la crónica constante de un mal sueño, con la trágica noticia de las muertes de emigrantes procedentes de Africa que sueñan con arribar en las costas de la supuesta tierra de promisión, huyendo de las miserias que viven en sus países de origen. Un día más: ¡Que tragedia, nueve niños y seis adultos una vez más sacrificados en la mar! Niños, mujeres y hombres que se embarcan en miserables condiciones en pateras o cayucos, hacinados como bestias en una aventura hacia la muerte en muchos casos, y en el mejor de ellos llegar a su destino desfallecidos por el hambre y la sed, con escasas posibilidades de poder quedarse a recoger las migajas que el opulento mundo desarrollado les pueda dar, pues sobre ellos pesa la temida repatriación, para volver a empezar.

Todo ello en los momentos que la gente prepara sus vacaciones de recreo con delirio y despreocupación de lo que está ocurriendo en muchas partes del mundo.

No obstante muchos ciudadanos, a modo del grito de Munch, expresan con asombro y horror, perplejos e impotentes observando con tristeza la tragedia que viven muchas personas que apelan con desesperación para que les tengan en cuenta y puedan participar de una mayor igualdad en el reparto del bienestar que se goza en los países ricos, a pesar de que los que gobiernan las naciones vienen haciendo esfuerzos en ayudas y colaboraciones, pero con tibieza y gran hipocresía, ya que se evidencia son insuficientes por los resultados que se están viendo.

Los países poderosos están más interesados en su propio bienestar, proveerse de armas cada vez más sofisticadas para defenderse de hipotéticos enemigos y prepararse para el Apocalipsis de la guerra, con cifras enormes de sus presupuestos para la defensa, en detrimento de lo que se debería aplicar en la ayuda para los países subdesarrollados; y controlar en mejor medida el destino de los fondos de ayuda, para que sean utilizados correctamente y no vayan a parar a manos indeseadas, y también acabar con aquellos indolentes que trafican con la miseria humana.

Asimismo “enseñarles a pescar” para que obtengan el sustento por su propio esfuerzo y ayudarles para que se conozcan sus productos en el mundo desarrollado, sin cortapisas como parece ser ocurre hasta ahora.

Se ha dicho siempre que solo el hombre y la mujer entre todos los seres han sido dispuestos a la felicidad en esta vida, y esas personas a las que se mira con cierta reserva y desconfianza, con la impresión de que vienen a arrebatarnos nuestra privilegiada posición y alterarnos el bienestar social que gozamos, también tienen derecho a ser felices, pues nuestra avaricia, tibieza e hipocresía extingue en la mayoría de los seres humanos el amor hacia todo verdadero bien.